Una fusilación argentina
Por Osvaldo Bayer
Ahora, los argentinos asesinamos a maestros. Después de la célebre “desaparición de personas”, llamada la “Muerte Argentina”, nos gusta el detalle y nos especializamos en docentes. Un ejemplo para el mundo. Sí, la verdad que somos originales, no sólo podemos mostrar a la faz de la tierra un ejemplar de nuestro orgullo, como Maradona, sino también esto: reprimir con tiros por la espalda a docentes.
Porque sí, en todo el mundo se reprime a los movimientos del pueblo, sin ninguna duda, pero cuesta encontrar justamente esto de reprimir a docentes. Ya teníamos un campeón en esto, Romero, el de Salta, a quien dedicamos más de una contratapa, con sus antecedentes de meterles agua fría, gases y balazos de goma. Y que pedimos más de una vez a los intelectuales peronistas que iniciaron un movimiento de criticar con dolor esta aberración. Y que pidieran a su partido la expulsión de ese ofensor de las leyes no escritas de la Etica en el trato para los segundos padres de nuestros hijos. No, no lo hicieron y ahora vuelve a repetirlo, otra vez, el gobernador Romero. Es su especialidad. Pensar esto en la tierra de la música y los cantares. Salta. Qué increíble.
Pero hay alguien que ha querido superarlo. Sobisch se llama. Y batió el record. Mató al mejor. Fuentealba. Fuente Alba. Sobisch le ganó al maestro Fuente Alba. Tiro en la nuca y ya está. Puso en primera fila a su mejor representante: el cabo primero José Darío Poblete, con los mejores títulos como antecedentes: torturador conocido que no se privaba de nada, hasta le pegaba a su mujer. La vanguardia del ejército de Sobisch.
Historia de la crueldad argentina.
¿Y por qué no puede hacer eso, Sobisch? ¿Acaso Yrigoyen no reprimió a balazo limpio a los peones rurales patagónicos, a los obreros que pedían las ocho horas de trabajo de la Semana Trágica, y a los hacheros de La Forestal? ¿Y los radicales dijeron algo, acaso? No, de eso no se habla. Alfonsín respondió a la televisión española sobre las huelgas patagónicas: “No me consta”. Ya está. Hay que mirar para adelante. ¿Y qué hicimos los argentinos cuando a uno de nuestros peores criminales sonrientes, el general Bussi, le permitimos presentarse en democracia, sí, en democracia, a elecciones y, peor aún, lo eligió gobernador el pueblo de Tucumán? ¿Quién es más culpable, el pueblo –no todos por supuesto, pero sí la mayoría que lo votó– de Tucumán o Bussi? ¿Y quiénes votaron a Sobisch? ¿Sabiendo cómo piensa desde siempre y conociendo sus lineamientos absolutamente basados en la ley del más fuerte y del más codicioso? ¿Tiene la culpa Sobisch o la mayoría del pueblo neuquino que lo eligió? ¿A pesar de haber escuchado durante décadas en esas latitudes a ese ser inigualable en su grandeza y generosidad: el obispo De Nevares? En todos sus mensajes De Nevares alertó sobre la violencia del poder que siempre, siempre, en la historia fue contestada por la rebeldía de los justos.
Sobisch y Romero siguieron la línea marcada por Rico, Patti, Bussi, Blumberg, y ahora tienen esa realidad. Entonces, la bala como solución. La misma solución que apoyan suavemente por ahora, candidatos que se fotografían sonrientes con pobres niñas de las villas miseria.
Para salvarse, Sobisch redactó esa solicitada lamentable donde se nos aparece con la teoría de los dos demonios: compara a Fuente Alba con los dos policías muertos por malhechores en el Gran Buenos Aires. No, eso es fácil. Sí, es la famosa teoría de los dos demonios con la que los legisladores de la Obediencia Debida y Punto Final quisieron interpretar todo.
Dos demonios.
Nunca más pero mirando hacia delante. El justificativo de Sobisch es demasiado ingenuo para creérselo. Compara, como decimos, al docente Fuente Alba con los dos policías muertos por malhechores. Justamente es todo lo contrario: los dos policías fueron muertos por la violencia producida por el sistema, donde hay desigualdades extremas como en nuestra Argentina, en la que hay miles de adolescentes criados en el hambre y la desocupación (¡qué violencia es ésa, la peor y las más injusta de todas!). Siempre va a haber delincuentes en un sistema de reparto injusto. Hemos tenido siempre, en este sistema, una policía que reprime a los violentos de la pobreza, pero esa policía se prosterna ante los poderosos y acepta sus dádivas por la espalda. Nadie aprueba que un joven salido de la miseria mate a un policía, pero es algo que va a ocurrir siempre en una sociedad y en un mundo que favorece al que ostenta el poder –en todas sus formas– y humilla al humilde.
Dice Sobisch, estableciendo una interpretación sociológica salida de los corrillos de Wall Street: “Me duele la muerte del docente neuquino a manos de un policía. También me duele la muerte de los dos policías, en Caballito y Saavedra el día 9 de abril, a manos de delincuentes”. Claro, así es fácil. A todos nos duele la muerte. ¿Pero qué tiene que ver una cosa con la otra? El la usa como contrapartida. Es decir, compara la víctima de un lado los homicidas del otro. Como diciendo sí, está esto, pero fíjense, está también aquello. Es decir, que tendríamos que cerrar esos casos y decir: sí es cierto, por eso unámonos, miremos hacia adelante y recemos.
No, no es así. Fuente Alba fue a reclamar por algo que tiene que ser la base de todo respeto en nuestra sociedad: la dignidad de los que enseñan a las nuevas generaciones.
La bella gente: los docentes.
Una sociedad que humilla a sus docentes es una sociedad hipócrita, sórdida, usurera. Es la que tiene como ídolos y admira con sonrisa abierta a los verdaderos triunfadores de esta sociedad capitalista, de los que ayer se publicaron sus fortunas: el mexicano Carlos Slim, metido en los negocios telefónicos de la Argentina, declaró una fortuna de 53.100 millones de dólares, apenas un poquito menos que Bill Gates. Y sigue la lista. Cerremos los ojos y pensemos lo que significa esa cantidad de dinero. Mientras tanto, millones de niños tienen hambre, millones de seres humanos no tienen trabajo, se los humilla hasta el hartazgo a nuestros docentes, el mundo se envenena cada vez más con la producción irracional y Bush sigue matando niños en Irak, los fabricantes de armas sonríen ante las ganancias. Sobisch cree que esto es la democracia y procede así. Sobisch, educado en el colegio de los salesianos, el Don Bosco. Este último dato ya como ironía siniestra, o no.
La muerte del maestro por un sicario bestial que se debe haber sentido muy importante cuando recibió la orden de reprimir, supera como símbolo todo lo más deleznable. No puede haber nada más simbólico de lo abyecto. Ojalá inspire a nuestros artistas de formas e imágenes, sólo ellos pueden representar el más inmenso dolor humano. Las palabras no alcanzan.
No, el pueblo de Neuquén no puede permitir seguir siendo gobernado por Sobisch, tiene que decirle definitivamente que se vaya. Jugó, en su propia sed desmesurada de poder; se sintió el que maneja todas las teclas, y perdió para siempre.
Usted, Sobisch, asesinó al mejor maestro. El último proyecto de ese maestro fue llevar la escuela a los albañiles. Mientras los magnates viajan en autos cada vez más pesados que envenenan más y más el ambiente, Fuente Alba quería llevar la escuela a los albañiles. Sueños.
Sueños, sí, pero peligrosos. Mejor meterle un tiro en la nuca.
Una fusilación argentina. En tierras patagónicas. No aprendimos nada. Fusilamos a las peonadas en 1921, los gauchos de la tierra. Ahora, a los docentes. Y así herimos en el alma a nuestros propios niños. Sobisch no puede seguir. Si continuara sería una inmoralidad. El pueblo neuquino no puede vivir en la inmoralidad. Tiene que inundar las calles con la protesta noble. Las palabras y los pasos. Y enlazando con cada uno de sus brazos los brazos de un docente de Neuquén, de Salta, de Santa Cruz.